Recinto es refugio, es materia y es masa. Es una mirada hacia adentro, una pausa del tiempo.

La casa se parte por el medio para generar un patio interno, alargado, que dirige todas las miradas hacia un centro vivo en donde todo sucede, protegiéndose del poniente y filtrando el aire y la temperatura.
La fachada se compone de dos materialidades: una de piedra que genera peso en la parte superior y una ligera en la parte inferior: una dualidad que permite a la casa sentir todo el peso y el volumen sobre el terreno, pero que de frente brinda levedad a la fachada: la sensación de la piedra flotando livianamente sobre el sitio, y recibiendo generosos flujos de aire y luz que llenan nuestra casa.
Se aprovecha el estrecho patio para generar un pequeño oasis con vegetación endémica, así como plantas de follaje mucho más grande que hagan del centro de la casa un espacio de contemplación, meditación y presencia, de coyuntura y de convivio.

La luz indirecta inunda y baña la sala, accesada por un pórtico oculto, que abre la escala cuando se penetra en el espacio. Una ventana abocinada sobre el grueso muro de piedra, a la usanza de los muros medievales, dirige la mirada hacia nuestro centro vivo, acomodando el programa y la vivencia a su alrededor. La planta alta discurre a través de un puente, que sienta la memoria de aquellos que habiten este recinto, brindando vistas privilegiadas y una sensación de peso y levedad que comparten el mismo espacio.